A veces las agonías no solo definen a los hombres, sino a las épocas. Nuestros jubilados se han quedado huérfanos, sin apellidos, sin cobijo. Solo nos quedan ellos. Y la calle, y la rabia, y el descontento. El invierno penetra afilado, sin honradez, sin belleza. Nuestros jubilados embisten ante un mar tempestuoso que alimenta la profundidad del hambre. Toda comprensión es poca a este coraje, que sobrevive apenas para subsistir. Solo nos quedan ellos, y el miedo, y las sombras, y la deshuesada esperanza. No hay compasión con aquellos que se asomaron a nuestras cunas, y nos asomaremos a sus tumbas. Suena ingenuo, pero es cierto: si vives la vida como un sueño posible, seguro que se junta gente a soñar contigo. Solo nos quedan ellos.