Todavía se lucha contra esa inercia que te empuja a callar tu desacuerdo. La estridencia asusta cuando el consenso de la calle y los aquelarres virtuales amenazan a los disidentes del rebaño. Un descenso vertiginoso al presente de un país entero convertido en una inmensa prisión. Un territorio donde la economía es el drama profundo, no es raro que el bufón más exitoso sea un economista enajenado. El hambre se sirve cruda, sin adornos, sin música, sin decorado. Se deja de pensar en los pobres -algo que ya no parece movilizar a nadie- para pensar en los ricos, en su modo de vida, en sus ideas, en su dinero. Días donde la ignorancia es la gran ignorada. Así va tirando la gente. Millones de almas ciegas que impiden reconocer su complicidad con la perpetuación de la pobreza, incluida la suya. La gente no está despolitizada, está desencantada , y esa idea convierte la protesta en una construcción política. De la vida no hay que salirse nunca, y vivir en libertad no significa pensar solo en el estrecho perímetro de nuestros abyectos egoísmos. En la sumisa sugestión del “no te metas” se cincela la sociedad degradada. Así se produce el nuevo humanismo social que se caracteriza por su indiferencia. Algo podemos hacer: rechazar su invitación al contagio.