El tema, nuevamente, es el odio. El periodismo no puede esquivarle porque, de un tiempo a esta parte, esta viciando hasta el aire que respiramos y nos está asfixiando de a poco.
Alguna vez Cristina Kirchner aseguró que el amor vencía al odio, muchos nos abrazamos a esa síntesis política por la profunda convicción de que a las luchas históricas del campo nacional y popular siempre las movilizó el amor. Y han sido tantas las victorias que la sola afirmación del triunfo del amor sobre el odio nos trae al presente esas viejas luchas, sus triunfos y nos convoca a encarar otras nuevas.
Desde este punto de vista nada que reprocharle a esta frase, pero en la cuenta final, en la vivencia cotidiana, en las estructuras en la que se recuesta nuestra democracia podemos sostener que no es así, o al menos atrevernos a ponerla en discusión, porque el amor no vence al odio.
Para quienes vivimos militando un modelo de sociedad por ese país justo que soñamos, esta frase lo abraza todo. Porque el militante (orgánico o no) es aquel que ha elegido vivir de una manera determinada y lo hace en consecuencia y si no lo impulsase el amor nada transformaría, se agotaría ante la primera derrota, porque es cierto lo que decía Ernesto Guevara: “al buen revolucionario solo lo mueve el amor” y entonces allí va y persiste, y avanza.
El amor es un valor político que habita lejos del sentir individualista que hace política por él mismo. Al amor no se lo puede reducir a relaciones interpersonales afectivas, elamor es también una manera de ser, de mirar, actuar, pensar, caminar y soñar.
Para el neoliberalismo, como no podía ser de otra manera, la política es un trabajo y el amor un sentimiento, por lo tanto, configuran todo un abismo entre amar y hacer política. Difícilmente se quiera y pueda instituir un país con equidad, si no puede uno advertir la inequidad como una responsabilidad colectiva y sin sentir (al menos por un instante) la angustia y desazón de quienes son marginados. Esa empatía tiene que ver con el amor. La decisión de cimentar una comunidad cuyos valores y oportunidades estén reglados por el amor como acción libre siempre hacia un otro, no determina que esto no tenga fuertes limitaciones del modelo imperante. Por supuesto que las tiene.
El miedo funciona como limitante del amor, las estructuras dominantes, la frivolidad, la falta de resultados inmediatos, el facilismo y la meritocracia, también. El daño que todo esto provoca en el entramado social es lo que hace más fácil abandonar el amor como valor político.
Estamos en una etapa mundial en donde un falso concepto de libertad está arrasando con acuerdos básicos, con valores y normas que ayudan a la convivencia y al respeto por el otro. Por lo tanto, normas que nos permitan erradicar, paso a paso, al odio se hacen urgentes. Manifestábamos hace unos días lo necesario de discutir una ley contra el odio y como el poder rápidamente la llamó “Ley Mordaza”, de cómo el oficialismo rápidamente se echó atrás. Deberíamos habernos permitido que la llamen como quieran, para el caso la mentira y la manipulación son muecas del odio. Lo importante era llevarla adelante, porque si queremos que el amor venza al odio debemos usar más de un arma y que no solo ella sea del mundo del romántico deseo. Los voceros del odio no pueden, no deben hacer lo que quieran cuando ese querer busca el daño sistemático contra un otro. ¿Por qué se tiene tanto miedo en aceptar que una sociedad justa, que impulse el amor como valor político, debe saber decir que no? Por este camino no. No puede todo puede valer uno, no somos más libres si podemos hacer más cosas, lo somos cuando podemos dejar de sentir la necesidad de odiar. Al odio se lo enfrenta sin titubeos, sin dobles discursos. Todo aquello que multiplique este sentimiento irracional que impulsa hechos violentos debe ser limitado, la democracia debe regularse por el respeto y el bien común.
El amor no vence al odio, porque el odio está en la estructura del modelo, en los cimientos de muchas de sus instituciones y en la polvareda que se levanta al andar. El amor puede no vencerlo, o hacerlo en los pequeños chispazos previos al gran incendio, pero resiste, el amor resiste siempre y en muchos casos la resistencia nos enseña los fuegos de la victoria.