Los seres humanos en general y a los argentinos en particular, solemos ser más proclives a hablar, a despotricar de nuestras “supuestas” derrotas, imposibilidades, de nuestros “aparentes” fracasos y ausencias, que de reconocer, poner en valor y evidenciar nuestros aciertos, virtudes y victorias. No es casualidad. Vivimos en un modelo donde siempre se nos hace sentir que estamos en deuda. Siempre tras una zanahoria a la que nunca podemos llegar, tan solo porque no está pensada para ser devorada por nadie, o mejor dicho por casi nadie. Por eso en medio de un modelo pensado para el consumo y al mismo tiempo para que casi nadie pueda hacerlo, el sabor a la derrota se degusta con mayor facilidad.
Vivimos en una sociedad donde la regla es la frustración. El neoliberalismo no está pensado en pos de la posibilidad y la felicidad del hombre y la mujer, ni en la igualdad de oportunidades que permitiría llegar a ella, todo lo contrario. Es un modelo pensado para pocos que se sostiene sobre una estructura donde miles nunca puedan acceder a nada. Millones de derrotados, de frustrados para que unos pocos “exitosos” puedan recostarse sobre ellos, esta es la ecuación.
En este sentido el dramaturgo y escritor estadounidense Kurt Vonnegut hizo una extraordinaria crítica a la cultura norteamericana, a través de un personaje llamado Howard Campbell Jr. en su novela “Matadero 5”. Este personaje afirma: “América es la Nación más rica de la tierra, pero sus habitantes son extremadamente pobres. Esta condición hace que los americanos estén destinados a odiarse a sí mismos (…)
Cualquier Nación tiene como tradición popular algunas historias de hombres pobres, pero extremadamente sabios y virtuosos, que por ello eran más apreciados que sus congéneres ricos y poderosos. Entre los americanos no sucede así. Se burlan de sí mismos y se envanecen de sus hazañas. Es normal que el más pobre propietario de cualquier bar o restaurante tenga en la pared de su establecimiento un cartel que interpele con crueldad: Si eres tan listo, ¿por qué no eres rico?; pero también lo es que a su vez tenga una bandera americana plantada sobre un pisa papeles junto a la caja registradora”
«El americano, como todo ser humano, cree muchas cosas que obviamente son falsas. De ellas, la más destructiva es su convencimiento de que cualquier americano puede hacer dinero con facilidad. Ignoran lo difícil que es hacerse rico, y, por lo tanto, aquellos que no lo consiguen no cesan de culparse. Y este sentimiento de culpabilidad ha sido de gran utilidad para los ricos y poderosos, que lo han considerado como una excusa para no tener que ayudar en absoluto a los pobres, llegando su desinterés a extremos que quizá no habían sido superados desde los tiempos de Napoleón”
“América es una nación de novedades. La más sorprendente de todas, que además no tiene precedentes, es su gran masa de pobres indignos, que no se aman los unos a los otros porque tampoco se aman a sí mismos”…
El modelo no es otra cosa que la imposibilidad permanente a la felicidad y en su concepto se es feliz si se es exitoso, por lo tanto el éxito es para pocos. Todos lo saben pero pocos lo asumen.
Al mismo tiempo su más cruda perversidad radica en que los parámetros con los que delimitan el éxito del fracaso responden inequívocamente a sus intereses. Parámetros escurridizos y manipulados por los dueños del poder comunicacional que definen todo tipo de conceptos: el de belleza, fealdad, triunfo, derrota, utilidad e inutilidad, bondad y maldad, éxito y fracaso. Con estos conceptos, constituidos en pos de sus intereses, es que somos educados, regulados, reglados y pensados desde tan corta edad que hasta nosotros mismos los adquirimos como propios y van así forjando nuestro inconsciente como una inconsciente de derecha
Suyo es el lenguaje, suyo son los valores, suya es la ética y la moral, lo aplaudible y lo condenable. Tan real es, como lo es su aceptación social sin grandes cuestionamientos.
Nuestra tolerancia es más generosa y amable para con lo que la derecha hace y dice, que para lo contrario. Cuando ellos deciden patear el tablero, en cualquier área e instancia, es parte de los mandatos de la modernidad y no solemos cuestionar, sólo nos adaptamos. Si se lo hace desde este lado de la grieta, nace la sospecha y el temor, y de inmediato la crítica. Lo que ellos hacen es incuestionable en todos los términos. Su accionar es siempre democrático, ellos son todo lo que está bien, son la legalidad, son la legitimidad y además son quienes se arrogan el derecho a definir lo que los demás hacen como negativo o positivo.
¿Qué es la corrupción? el accionar inevitable e histórico de los gobiernos populares. ¿Qué es el populismo y la demagogia? la forma de gobernar de los gobiernos populares. ¿Qué es el fraude? la forma por la cual los gobiernos populares ganan elecciones. ¿Qué son las dictaduras? todo aquel gobierno que no cumpla con las imposiciones del poder global del mercado. ¿Qué es la democracia y la libertad? bastiones que siempre defiende la derecha y que cuando ella no gobierna están en riesgo
Conceptualmente el lenguaje de la democracia ha sido cooptado y manipulado a su antojo.
Pero además ellos se han instalado como garantes de todo lo que está bien. Son garantes de la democracia, de la república, de las libertades, etc. Por eso cuando pierden una elección no pierden ellos, no pierde su partido, pierde el país, la democracia, la república y la libertad.
Todo esto ha perforado nuestro inconsciente hasta transformarlo, en no pocos casos, en un militante de la derecha. Y esto no es otra cosa que el reflejo de la penetración cultural y la colonización mental.
Seguramente nos pasa en el barrio, en cada esquina. ¿Cuantos cuando salen una noche a pasear y ven pasar a una joven pareja, él con un distinguido traje y ella que lo lleva de la mano con un largo vestido, ambos elegantes, se cruza de vereda? Nadie. ¿Porque lo harían? No existe un sólo elemento de los parámetros sociales condenatorios por los cuales alguien debería temer y cruzar.
Ahora si en la cuadra siguiente esa misma noche se acerca un muchacho, típicamente vestido como su estigma lo indica, con la gorrita y las anchas remeras, de la mano de su compañera, algo petisa morochita, por supuesto que se cruzan de vereda, porque ahí si están todos los parámetros sociales condenatorios.
En la política pasa de idéntica manera que con el lenguaje. Si gobiernan quienes integran socialmente a esos negritos, por los cuales algunos cruzan, ellos son tan sospechosos, tan cargados de negatividad como a los que representan.
Somos una sociedad que en sus grandes urbes habitan conceptos instalados sin grandes cuestionamientos, que constituyen subjetividades que luego se multiplican.
En este tipo de sociedad el éxito es entendido como un lugar placentero al cual llegar y habitar, como una meta en la vida por la que todo vale la pena. La evaluación que se hace en esta comunidad idiotizada por la cultura neoliberal, sobre el accionar cotidiano y sus resultados, son medibles todos en términos de éxitos y fracasos.
No hay tiempo para la reflexión y la conceptualización acerca de que son, de quiénes determinan aquello que lo es y lo que no. Y si en todo caso quiero o deseo serlo con todo lo que ello significa. Ser lo que el modelo me indica es un éxito en sí mismo según sus mandamientos.
Son los parámetros del mercado, patrón de este modelo, quien regula lo que somos y lo que debemos ser. Por tanto sólo se es exitoso cuanto más útil le seamos al mercado. En ese sentido el éxito no es otra cosa que una entrega de nuestro ser a la salvaje mandíbula neoliberal.
Por ese camino suelen andar las sociedades adoctrinadas por un paradigma cultural que todo lo mide desde una individualidad exigida por los “valores” estandarizados. El fracaso y el éxito suelen consolidarse y legitimarse a partir de la mirada del otro, de un otro “Gran Hermano” que todo lo controla, que no es otra cosa que el “deber ser” de una sociedad estereotipada. El “Súper yo” freudiano, en este presente donde la maquinaria comunicacional construye subjetividades a montones, no sería otra cosa que el orden moral de un modelo inmoral.
Existe todo un estereotipo del hombre y la mujer exitosa y tiene que ver con la apropiación que estos hayan hecho del mundo, un mundo que se te ofrece como un manjar a devorar y que te convence que todos somos capaces de hacerlo, porque las oportunidades son iguales para todos. Todo está a la distancia de tu mano, todo depende de lo que tu individualidad haga o deje de hacer para llegar a ella.
No por casualidad los libros de autoayuda y las religiones que profesan la relación sujeto-dios como camino a la felicidad, suelen estar en auge en las sociedades donde esta cultura se ha impuesto. Hay un fanatismo en torno a lo individual, al narcisismo como una mecanismo que todo lo puede. Sigue siendo el hombre aislado de la mano de un dios, que hasta puede ser él mismo –si lo quiere- , o bien ese dios que recauda más de lo que da, donde se hallan todas las respuestas. El otro nunca aparece en escena, el otro es siempre una ausencia permanente.
El esfuerzo personal, el mérito, la superación individual, la premisa de que todo es posible “si vos lo crees posible” normativizan la actividad social. “Ayúdate a vos mismo” o “Dios puede ayudarte” es el leitmotiv de esta cultura. El modelo aparenta no ver las diferencias sociales, educativas, económicas, culturales que este mismo genera. Intencionalmente las oculta para convencernos de que todo está, sin excepciones, allí nomás. Claro está: el éxito también.
En esa mirada individualista, sesgada y estupidizante sólo se habla de triunfos y derrotas individuales y esto se conforma como toda una forma de vida.
Por mucho de lo expuesto es que pensarse colectivamente es, en sí mismo, una ofensa a este paradigma, y al mismo tiempo la propuesta de uno nuevo que aún no termina de nacer. Pensarse como “parte” y no como el “todo”, saberse eslabón y no cadena, concebirse como resultado de una construcción colectiva desde el primer día de vida sigue siendo una tarea ardua. Lo evidente está invisibilizado en una sociedad donde la imposición de ser el “súper hombre” que todo lo sabe, lo puede y lo consume se impone.
En medio de este campo de batalla donde muchos son los cadáveres ejecutados por las ambiciones personales del éxito, nace de entre esos cuerpos el concepto de victoria. Que nada tiene que ver con lo propio, sino con lo colectivo, que nada se emparenta con los parámetros del mercado, sino precisamente con ponerlos en discusión, con quebrarlos en alguna de sus formas y fondos, con negarlos como una verdad absoluta.
En el mundo de lo colectivo ganar o perder es algo más que un resultado personal de alto impacto social, triunfar o ser derrotado goza de otra conceptualización. “De qué sirve ganar, si no ganan conmigo los que vienen detrás”, entona la canción y sintetiza el espíritu de lo comunitario. La sola mirada colectiva, la aprehensión de que es esa y no otra, la manera con la que se recorre un camino de progreso (también personal) ha de ser la punta de lanza con la herir de muerte al modelo y fortalecer a la humanidad toda.
Aquí es donde toma forma el concepto de “victoria” que intentaremos argumentar en este libro a partir de hechos sociales y políticos en nuestro región.
Atreviéndonos a una definición “ideologizada” de esta palabra la entendemos como el resultado beneficioso de esa construcción colectiva en pos de las mayorías, de la mano de sus demandas e intereses, que logran vencer los mandamientos, los dogmas, los sometimientos del modelo opresor.
Son las victorias populares los resultados favorables y duraderos que se han dado y se dan en nuestra historia política a partir de las luchas libradas por el campo nacional y popular en todas sus expresiones.
Las victorias siempre le pertenecen a los pueblos, nunca a quienes buscan oprimirlos, de ellos son apenas los éxitos.
La emblemática frase¸ “Hasta la victoria siempre”, con la que Ernesto Guevara se despedía de Fidel Castro y de Cuba le da volumen conceptual y hasta emocional a esta concepción. Este legado del Che ha sido adoptado por los pueblos libres de Latinoamérica como una expresión propia que asume una actitud frente a la vida, un quehacer cotidiano, un propósito que no es otro que poner en juego un conjunto de convicciones al servicio de la lucha por más y nuevos derechos, al fin y al cabo por una mayor libertad e igualdad.
¿Cómo no entender esta palabra como el resultado de un proceso político y social de grandes y pequeñas contiendas? ¿Cómo no convocarla en tiempos de avance de derechos y también en tiempos de resistencia ante el saqueo? ¿Cómo no nutrir de un concepto emocional y visceral a esta palabra? Por eso es que “la victoria” es siempre frente a un modelo opresor que por estos tiempos lo llamamos neoliberal o neocolonial.
Existen victorias del lenguaje, victorias políticas, sociales y culturales que tienen la característica que ninguna ha sido pensada en pos de la satisfacción un hombre o de una mujer, sino del goce colectivo.
En estos últimos años, por ejemplo, somos testigos de cómo el feminismo en el mundo ha llegado para quebrar un statu quo injusto, desigual y se ha conformado como una victoria en sí misma.
Su sola existencia, en la desnudez de su esencia, ya es una victoria. La organización de las mujeres, su carácter movimientista que pone en discusión un modelo patriarcal desde distintos flancos, sus variadas formas de disputar poder, la imposición libertaria de un nuevo lenguaje, la resistencia cotidiana, la visibilidad que se han dado, el trasvasamiento generacional que representan, la claridad de sus consignas, la no aceptación de las normas establecidas por todas las instituciones del orden patriarcal mundial, es lo que ha consolidado como una victoria ya innegable, aunque muchas de estas batallas aún están quebrando lanzas y tengan un larguísimo camino por recorrer.
Hablar hoy de feminismo como un movimiento en disputa habla de una primera victoria: la de existir. “Existimos. Acá estamos. Estos derechos reclamamos. Aquí nos paramos. Esto nos moviliza, a esto nos enfrentamos… Por todo ello es que disputamos poder” Cada una de sus luchas son en pos de una identidad política que lo pone en jaque todo. En medio de este modelo que todo lo que le no le sea propio o funcional a sus intereses lo invisibiliza, ser visibles y constituirse como un actor a respetar, a escuchar, es una victoria.
Que sus justos reclamos formen parte de la agenda de los precursores del patriarcado, porque de negarlos pagarían un enorme costo político, es parte también de ese camino victorioso.
La discusión en el Congreso Nacional en el mes de agosto del 2018 por el Aborto Legal, Seguro, Libre y Gratuito fue una muestra de ello. Más allá de no haber conseguido los votos suficientes para que sea ley, que el parlamento argentino, los medios de comunicación hayan tenido que abrir el juego a la discusión y a su difusión es una victoria. Las decenas de mujeres, profesionales de la salud que expusieron en las comisiones previas a la discusión parlamentaria, como la necesidad de cada diputado y senador de posicionarse frente a la sociedad, la charlas o discusiones en las mesas familiares ha sido parte de esta victoria del feminismo.
Ya no hay lugar para el silencio, aunque a muchas aún les cueste hablar, ya no hay horizonte posible que nos permita mirar para otro lado.
La desigualdad para con la mujer, el sistema que las oprime, la impunidad con la que sus asesinos se mueven socialmente, como así también los arcaicos dogmas machistas con los que aún hoy nos educan se vieron claramente afectados por la sola visibilidad de esta lucha. Lejos de ser una derrota política, no haber logrado la sanción de la ley, fue la primera gran victoria popular que, sin ninguna duda, culminará con una victoria definitiva.
Por estas tierras se embarra nuestro concepto de victorias populares…
Fue Evita quien nos educó en esta mirada: “Y aunque deje en el camino jirones de mi vida, yo sé que ustedes recogerán mi nombre y lo llevarán como bandera a la victoria”
Cuando Eva Duarte hablaba de “victoria” nombraba en ella al trabajador y sus derechos, a los humildes y a los niños como privilegiados, a la política como instrumento y a las convicciones como motores. De eso hablaba, de la esencia misma de todo pueblo que se quiera libre y digno. Y sin dudas ella era en sí misma la victoria de su pueblo.
Hay victorias que no suelen reconocerse en su profundidad. Otras que sí, que están arraigadas en las entrañas del pueblo y que le es difícil de contrarrestar al poder aplastante de la derecha. Y lo son porque se han hecho carne en una enorme porción de la sociedad que, haya sido parte o no de esa construcción, la defiende. Es un piso desde donde pararse para observar lo que sigue, pero que no tolera ni permite un paso atrás.
El “Nunca Más” a la dictadura cívico – militar al genocidio, a la tortura, a la violación sistemática de los derechos humanos por parte del Estado es otro irrefutable ejemplo. En estos últimos años del gobierno criminal de Cambiemos lo hemos visto con claridad.
El fracaso de la gestión de Macri de instalar el 2×1 a los genocidas, como el de negar la existencia de los 30 mil compañeros detenidos-desaparecidos fue evidente. El pueblo argentino a través de la movilización popular, como en la riña mediática le puso un claro límite al poder dominante del aquel entonces.
No hay dudas que el “Nunca más” es la victoria popular más consolidada en nuestro país porque ha perforado los límites culturales para habitar dentro de ellos. Más allá del intento de la derecha en querer volver a poner en discusión lo sucedido en aquellos años, de buscar estigmatizar a quienes resistieron y quienes fueron desaparecidos, “toda una sociedad” ha tomado las banderas de la memoria, la verdad y la justicia y no las baja, ni las bajará.
Esta victoria, como otras tantas, ha sido el resultado de años de lucha, tenacidad y enseñanza que la Madres y Abuela de Plaza de Mayo han dado sin claudicar ni un instante. La enseñanza que un hecho político nos deja, la delimitación del camino a recorrer que marca es la que lo constituye como victoria.
No podemos hablar de éxito cuando hablamos de defender la memoria de nuestros 30 mil, el éxito es esporádico, el éxito responde a los prismas de un contexto y una coyuntura determinada. La victoria sabe atemporal e irreversible. Ella es siempre patrimonio de quienes en menor o gran medida han logrado vencer, en algunas de sus normas, sus territorios, su lenguaje, su costumbre a los regímenes antipopulares.
Sumergirnos en sus aguas, atrevernos a observarlas desde otros prismas, abrazarlas y renovarlas como parte de nuestra memoria política y emotiva es el objetivo de este libro. Claro está que ninguna victoria es al azar, ni como consecuencia de lo fortuito. Cada una de ellas recorre un camino imperceptible, desafía los tiempos y suele ir al ritmo de gigantes y pesados relojes de arena.
Existen elementos, construcciones políticas y sociales previas que se hacen imprescindibles para llegar a ese horizonte y para que luego podamos habitar en él.
Llegar a las victorias es un costoso primer paso, resultado de otros miles, pero sostenerla también. Requiere de la apropiación por parte de la comunidad de nuevos valores, principios, mecanismos de acción y de una clara conciencia de donde se viene, donde se está y hacia a donde va.
Recuperar y sostener a la política como “el instrumento de transformación” como alguna vez lo hemos hecho, recuperar al hombre y a la mujer sujeto centralidad de ella como su nacimiento mismo lo determina, construir colectivamente y darle organización a ella para constituirla como un actor de poder, batallar por la memoria, forjarnos como sujetos políticos, advertir, desnudar y denunciar sin descanso al enemigo, son los factores indispensables para erigir nuevas victorias. Y sobre todo saber que son posibles…
Por estas tierras dejan sus huellas las páginas de este libro. Llenas de barro, de polvo, de piedras, pero de un claro y luminoso horizonte. Se saldrá enchastrado de ellas, quizás sucios, confundidos, emocionados, alegres, enojados, pero no indiferentes. Al menos no, si no hemos sido indiferentes a nuestra historia.