Estas páginas se nutren de un puñado de editoriales que han sido parte del trabajo periodístico de un comunicador más, quien suscribe.
La comunicación tiene siempre una finalidad, consciente o inconsciente, ya sea en términos individuales o desde los intereses de los pequeños y grandes medios de comunicación. El sentido común nos dice que la comunicación, como proceso, busca dar a conocer un sentir, un pensar, un hecho determinado que sea del interés de la mayoría. Sin embargo, desde que el capitalismo entendió que una vez que se hizo de los medios de producción la segunda etapa era ir por los medios de comunicación todo se construyó en una eminente disputa política. La fuerza del trabajo, sumado a la fuerza de las mentes cooptadas, conforma la dominación más absoluta del poder. Desde que el poder económico decidió ir por los medios, la comunicación mediática se transformó en el arma con la que dan “la guerra” por la conducción de las sociedades, por sus mentes y sentidos. El sentido común se reemplazó por la llamada “opinión pública”, el sujeto político se reemplazó por el “sujeto mediatizado”, la razón se transformó en la mirada del poder, las notas periodísticas en expedientes judiciales, la noticia en el interés más acabado del medio que la emite. Por todo esto que, como nunca antes, la comunicación y particularmente el periodismo se han conformado, indudablemente, en el instrumento de la política.
Si bien esto ha sido así a lo largo de toda la historia, también debemos decir que el avance de los grandes medios de comunicación, de las redes sociales, de la capacidad de perforar de estas en la vida de cualquier ser humano, en el mundo, hoy, como nunca antes, es inequívocamente determinante en los vaivenes culturales y políticos.
Se comunica para politizar, ni más, ni menos. Y no está mal. Lo que puede ser cuestionable es en pos de qué politizas…
Cada una de las palabras que se inscriben en este libro, fueron dichas en una radio, en distintos amaneceres con el claro objetivo de politizar a quienes escuchaban. Politizar para tener una sociedad protagonista de su propia historia, un pueblo empoderado que se asuma actor fundamental de los procesos sociales, dueño de un bastón de mariscal que debe desempolvar. Reflexiones que buscaron y buscan concientizar a una comunidad de que “aquello que sucede” tiene un porque, un quienes, un para que, un desde donde y que podemos somos parte de ello, aunque no lo aceptemos.
Comunicar para politizar en pos de una sociedad equitativa y justa, politizar para ejercitar la memoria, politizar por una educación (siempre politizada) de la mano de la libertad, por una economía en manos del Estado y no la autonomía del mercado, por una sociedad integrada por el trabajo, el justo salario y la multiplicación de derechos. Comunicar para cambiar la mirada del otro, para transformar la desconfianza en una mirada empática para que esta se haga costumbre. Negar que se politiza, también con la palabra, es una trampa. Todos los medios lo hacen, sus periodistas, lo indispensable es que cada cual advierta desde donde habla, que defiende en términos sociales y política en general. La política disputa lenguaje, miradas, sentido común, percepciones, interpretaciones, el relato de viejos relatos y toda esta batalla la da con la comunicación.
El precepto del periodismo independiente es un engaño del pensamiento hegemónico para poder ubicar a sus bufones y escribas del lado de lo correcto del modelo a seguir, de un supuesto bien. La reivindicación de la neutralidad y la independencia es la máscara con que se cubre una subjetividad movida por el interés.
Este libro y su escritor le escapan, por amorosa decisión, a la neutralidad y sus esbirros y se sumerge en el mundo de la “dependencia” a un manojo de convicciones políticas que han sido paridas en medio de las luchas populares. Con una fe religiosa comunicamos para disputar poder, para reorganizar al poder popular basado en la memoria activa, la verdad como camino de militancia y la justicia como mandato de vida. Estas páginas están teñidas de las emociones, ideas y principios de larga data pero que se empujan unas a otras para primeriar el ritmo de la coyuntura. Lo aquí dicho fue dicho a tiempo frente a un micrófono, en una radio, con la única finalidad de arrojar un manojo de ideas para pensar y pensarnos en esos tiempos, en el momento cuando todo sucedía. Con el diario del lunes escribimos decenas de libros.
Decir a tiempo para actuar y que la palabra política se vistade acción política. Valorar la palabra como resistencia, como disparo que anuncie el echar andar de esperanza, valorarla como muro, como semilla, como cielo e infierno al mismotiempo.
Palabras como balas, palabras como caricia, como catarsis, como locura, como certeza. La palabra correcta, la errónea, la que contiene, la que irrita. Las palabras y sus verdades, la verdad de la palabra popular, palabras desde el pueblo para el pueblo. Las que nacieron mudas…
Estas editoriales no pudieron callar, no quisieron hacerlo, a sabiendas que el silencio siempre es más negocio. Hemos dicho, con la tranquilidad que da la plena conciencia de haber elegido un camino sabiendo de ante mano que es cuesta arriba. Asumimos ser pequeños “Sísifos” subiendo la roca a la cima de una montaña para verla caer, una y otra vez… para luego volver a empujarla, con los brazos quebrados, y alzarla hacia la cúspide y verla nuevamente descender.
Al fin y al cabo, elegimos eso, abrazarnos al camino, luchar, caernos y levantarnos, hasta que la vida se acabe, porque no entendemos de horizontes, de ellos sólo hablan la quietud de las postales.
Decir a tiempo es decir dos veces…